Manuel Álvarez Bravo, México D.F.(1902 – 2002)
“El arte siempre me interesó y viví con la ilusión, muy extendida en aquel entonces, de que la fotografía era el medio de expresión artística más simple. Cuando recuerdo mis ensayos de aquella época en otros géneros artísticos, me doy cuenta de que finalmente, he encontrado mi camino”.
Manuel Álvarez Bravo nació en la ciudad de México en 1902. Hijo de un maestro que ocasionalmente se dedicaba a la fotografía, abandonó la escuela a los 13 años de edad para poder trabajar y colaborar con su hogar. Trabajó con organismos gubernamentales y no se interesó por la fotografía sino hasta 1923, cuando conoció al fotógrafo alemán Hugo Brehme. En 1927 conoció a Tina Modotti, por medio de quien se acerca a los muralistas del momento. Cuando Tina es expulsada de México en 1930 recibe el encargo de continuar el trabajo que ella venía realizando: fotografiar los murales, además de tomar fotos para la revista "Costumbres populares mexicanas".
En 1937 expuso junto a Henri Cartier-Bresson en el palacio de Bellas Artes. Conoció a André Bretón en 1938 y este señaló el contenido surrealista de su obra, a partir de entonces ésta ha sido conocida a nivel mundial, y ha realizado exposiciones en México Estados Unidos, Inglaterra, Francia y numerosos países de habla hispana.
Su obra muestra la carga social y política del momento. Obrero en huelga asesinado (1934) es una muestra clara y patente del dolor del pueblo frente a la sangre derramada. Para Teresa del Conde esta foto muestra la eterna ofensa: "...ese cuerpo esbelto, fajado por un cinturón talabarteado de cierta elegancia, rebasa y con mucho la condición de lo patético. La ofensa se vuelve inmortal (por lo tanto viva siempre) a través de su terrible belleza".
Álvarez Bravo tenía noción de lo inmortal de la imagen fotográfica, consiguió una con sólo cuatro tomas disponibles cuando se desarrolló el tiroteo. Una de esas cuatro fotos fue la ya mencionada, la eternización de un instante en el cual la sangre era chupada ávidamente por la tierra. No sólo conocía el valor eterno de lo fotografiado, también tenía el instinto de oportunidad de todo buen reportero gráfico.
El artista vivió la plenitud de su juventud durante la década de 1920, cuando México acababa de salir de la Revolución. El país se encontraba experimentando esa sensación de omnipotencia que da el presentir que se tiene la verdad en la mano. La burguesía se derrumbaba en tanto que los valores indígenas se redescubrían.
Para los mexicanos era como si el mundo fuera nuevo, recién estrenado: los defectos de la sociedad debían aplastarse sin contemplaciones para que surgieran las virtudes de la misma. Además debían hacerlo muy bien pues México era el centro de atención del mundo.
La humanidad estaba bastante convulsionada: la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa habían sacudido a Europa oriental y occidental. Pero en México ocurría algo interesante pues la Revolución nació de las masas pobres, no de la clase media, por lo que se experimentaba una nueva fórmula, en la cual el arte y la política se daban la mano.
Álvarez Bravo no escapó al influjo de su época, aunque no tomó parte activa en la revolución. Quizás no fue un activista, pues evitaba las reuniones políticas en casa de Tina Modotti y prefería hablar de fotografía que del nacimiento del comunismo. Pero el sentir de su época se gestaba y desarrollaba muy en su interior, en su alma de artista.
En su siglo de vida, el fotógrafo vio transcurrir las vanguardias y oyó las innumerables alabanzas. Pasó por oficinas burocráticas, sets cinematográficos, estudios de artistas. Críticos, poetas, ensayistas, se han volcado sobre su trabajo. A Manuel lo sorprenden uno, diez, ¡cien recuerdos! Imágenes, sensaciones, emociones, que se acercan uno a uno, para recordarle que ha llegado a un siglo de vida. Hombre culto, como pocos; también fue un joven oficinista, contador de la Tesorería General de la Nación.
Y llegan los amigos poetas, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz. También los pintores, Diego Rivera, Frida Kahlo, Manuel Felguérez. También otros escritores, el entrañable Juan García Ponce... No faltan los fotógrafos: Cartier-Bresson, la querida Graciela Iturbide, su achichincle, quien tiene un concepto de Manuel como fotógrafo, un poeta; lo mismo como ser humano y asume que conocer a finales de los sesenta al "fotógrafo a la antigüita" -como él mismo se nombra-, la marcó definitivamente para seguir el mismo camino. Siempre tuvo tiempo, nunca tuvo prisa para tomar fotos, cuando llevaba su cámara grande, la acomodaba en un sitio y esperaba hasta que consideraba el momento para hacer click. No en vano tiene un letrerito en su laboratorio que dice: 'Hay tiempo, hay tiempo".
Graciela Iturbide aseguró: "Manuel es un hombre de muchas emociones, de personalidad fuerte pero tranquila. Para mí es dulce, apacible, un hombre que controla sus emociones, atinado, inteligente. Hay melancolía en toda su obra, puede ser una persona melancólica, pero no trágica ni violenta. A sus cien años no está triste. No quiere morirse, eso es maravilloso. Aún en estos días regresa a su cajita donde guarda negativos que nunca ha revelado, para decidir si lo hará".
Lola y Manuel Álvarez Bravo
Enlaces
http://www.manuelalvarezbravo.org/espagnol/mab-esp.php
Hace unos años expusieron en el IVAM "Mexicana" Un trabajo sobre el influjo que en los años 20 y 30 tuvo Mexico en los fotógrafos de vanguardia.
ResponderEliminarAllí descubrí etre otros, a Tina Modotti y a Agustín Jiménez. Fue una exposición realmente fascinante...
Aquí no llegan las exposiciones, hay que conformarse con la red.
ResponderEliminarGracias por comentar, siempre es muy agradable...